Mi huevo-querido sobrevivió al viaje desde la Universidad hasta mi barrio, pero al llegar a casa decidió, por lo visto, que aquello era ya demasiado, y se quebró al sacarlo de mi bolso. Fue una muerte discreta y silenciosa, digna y aséptica. Mi huevo no se reventó ni salpicó, ni siquiera se molestó en abrirse; murió de un agujerito en la parte superior de su cascarón, sin derramar ni gota, sin hacer un ruido.
En mi cabezonería artística y sentimental me encontré a mí misma escribiendo "Still Alive" en la cáscara del pobre huevo difunto, e introduciéndolo en la nevera como en una sala de cuidados intensivos. Al cabo de un par de días volví a abrir la nevera y lo encontré allí, con la sesera abierta y su ridículo cartel negando la evidencia. Lo miré y tuve una revelación: "qué coño, este huevo ha muerto".
Sí, queridos seres, mi huevo ya me estaba dando la primera lección sobre "SERES QUERIDOS". Había pasado por la primera fase del duelo (negación) sin darme cuenta, prueba de ello son las letras que aún lleva tatuadas nuestro fiambre amiguito. Qué cosas.
Ese huevo artista y valiente murió por el proyecto, ahora lo sé, decidió que lo mejor para empezar a trabajar sería vivir la propia muerte desde el primer día. Ya que es tan sabio he decidido conservarlo en mi nevera, estoy convencida de que seguirá dándome lecciones desde el más allá... Sí, desde el más allá, porque ahora sí que tengo claro que mi huevo ha muerto.
Seguiré informando sobre sus enseñanzas. Maestro huevo, still alive en mi corazón.
2 comentarios:
Una lección de vida (y nunca mejor dicho). La historia de nuestro primer difunto es tierna y emotiva. Para mí, inspiradora, muy inspiradora. Descansa en paz huevo discreto.
que bonito!lo llevaremos en el corazón!es un egg querido
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